MUJER ERES AMADA

Sentirte inadecuada no ayuda al mundo, fuiste planificada, deseada, y hecha para buenas obras en Cristo, minimizar nuestra hermosura a lo físico o mental, minimiza también el amor de Dios para ti.
Muchas veces cuando nos vemos al espejo, lo único que vemos es el pelito que nos quedó parado después del planchado, ¡¡esa estática!! . Sumimos la pancita, o contamos cuántas manchas tenemos como consecuencia del acné, o por el embarazo. Contamos las arrugas o espinillas, las ojeras de mapache que no ayudan, encima de todo nos vemos los dientes torcidos y amarillos y nos vemos toda clase de imperfecciones, lo cual nos puede hacer sentir indeseadas, inadecuadas, e incapaces de encajar.
Sin embargo, Dios aún se pone romántico cuando nos ve, suspira cuando le hablamos por la mañana, nos piensa todo el día, nos susurra palabras dulces prometiendo ser nuestro héroe cotidiano y un héroe extraordinario. Nuestro príncipe de paz, nuestro amado por la eternidad.
Ninguna de todas las anteriores nos las promete porque nos planchemos muy bien el pelo, o nos pagamos las uñas acrílicas o con gel más caras. No es porque la faja me acomoda muy bien y pareciera como si el 90 – 60 – 90 fuese real debajo de la falda, o porque al sonreír encandiló a quien me mira con tan radiante blancura. El amor de Dios por nosotros, no está sujeto a nuestra conducta, o a nuestro parecer.
Gordita, flaquita, deportiva, ejecutiva o ama de casa, con dinero para ropa de la última temporada o sólo para comprar en la mega tienda de ropa de segunda mano. Tú eres amada, eres amada más allá de lo lógico, más allá de la razón, más allá de la belleza, más allá de la existencia y de ese amor, perfecto y puro, la esencia de nuestro Dios; ni las llantitas, ni los crespos, ni la falta de maquillaje, ni los tacones bajos te podrán separar jamás.
Recuerda que tu identidad está en Cristo y en su amor por ti. Al verte al espejo repítete a ti misma: Jesús pensó que valía la pena morir por mí.
¡Yo soy amada!
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Rom. 8:38-39)
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